sábado, 28 de abril de 2012




Breve biografía de la noche                                              
Prosa poética 



3
Ayer vino a verme un joven escéptico que dijo llamarse José Bianco, y yo lo recibí confiado en sus buenas intenciones: “Este país no cambia” dijo, luego de presentarse y preguntarme como estaba. Yo le respondí que bien, que no me podía quejar. Él me contó que muchas cosas estaban cambiando en el mundo entero para mejor, pero que en el país todo seguía igual.
Yo le creí a medias.
Este joven debería saber que yo soy un escéptico, como él.
Y a los escépticos no hay manera de convencerlos, así como así.
A un escéptico se lo puede convencer, sólo si está dispuesto a dejarse convencer.
Eso debería saber el joven Bianco.
Durante horas me estuvo hablando  de su interés por la literatura, por la poesía, y la filosofía.
Me habló casi al oído hasta que yo le aclaré
que me estaba quedando ciego, no sordo.
El joven rió largamente con una risa que estoy lejos
de interpretar como un gesto burlón.

¿Por qué no mejor hablamos de libros?, me sugirió el joven impetuoso. Estoy interesado en la literatura, remarcó, mirándome a los ojos, supongo.
“De los libros que usted desterró para siempre de su obra”.
“Del libro”, aclaré, del libro, que se me adjudica. No insista, no existe, le dije cansado de tener que aclararlo cada vez que me lo preguntan.
El tamaño de mi Esperanza, no existe,
es una invención más que le adjudican a este servidor.  
Usted tiene que saber que yo he tenido tiempo
para arrepentirme en mi vida de cosas
que no debí escribir nunca.
Lo dije con una fuerza mayor a la de la convicción.
Bianco creyó estar ante uno de los hombres
más límpido que había conocido, pero no lo dijo.
Yo lo puedo intuir por el respeto con el que me trata,  
impregnado de una paciencia que jamás he visto
en ningún otro hombre.           
Inesperadamente Bianco terminó reprochando mi actitud frente a la última Dictadura Militar en la Argentina.
Una sonrisa tímida, fue mi primera respuesta.
A Bianco le debe haber parecido una mueca de resignación.
Luego le susurré una explicación poco convincente
que pareció no satisfacerle del todo.
Por qué mejor no continuamos hablando de literatura, le dije,
de cosas importantes.

Aceptó.

Me dio una nómina de autores que reconocía como
“los imprescindibles”. Yo estuve de acuerdo con algunos nombres, con el argumento de que hay libros que tienen la imperfección de ser libros no menos concluyentes que otros; tautológicos, ¿me entiende?
Antes de irse, me dijo: “el alivio que sentiré cuando vuelva a verlo vivito y coleando”.
Le  resultaba extraño que con mi padecimiento
no me hubiera atropellado un automóvil.
Esa conclusión fue la que sacó después de que yo le comentara que era un habitué a las extensas caminatas,
la mayoría de las veces solo.
Antes de que se fuera, lo tomé del brazo:
Diré algo razonable, dije, mis halagos a la dictadura  
fueron un exabrupto, parte del lenguaje descompuesto,
una fracción de segundos en los que me sentí
un usuario más. Algunos parágrafos, de esos que,
por lo general, se devora las palabras.
En el tiempo que me queda, trataré de resarcirme, desdecirme hasta que en cada grieta de esta ciudad sepulte el eco de mi nombre,
hasta que ya nadie me recuerde.
Después de todo, ¿qué me ata a esta ciudad?
me lo e preguntado ciento de veces.
Mi obligación es dar una respuesta en voz alta,
sin ofender a la buena prosa que esta ciudad me ha dado. 
Bianco se fue, lo sé porque pude imaginar cada uno de sus pasos hasta que llegó al umbral de la puerta de calle.
Me quedé pensando si sus conclusiones no eran las de un joven obsesionado con la vejez, y la muerte, antes que yo.


Breve biografía de la noche                                              

Prosa poética 

2
Me levanto y camino con pasos lentos,
con la misma lentitud que me encamino hacia la cerrazón que me envuelve con sus alas de noche.    
Sé que he venido para desaparecer,
ésa es mi única certeza, y tal vez mi única esperanza.
Cuántas cosas están extraviadas en los laberintos del futuro que ahora puedo ver velado. 
No se puede ir al más allá evadiendo esta sanción
que nos prodigaron por nacer.
Mi risa es tímida cuando me adentro en esta pesadilla
de la que no saldré jamás.
En vano busco una puerta por donde salir.
Ante mí, todo puede descomponerse en cuestión de segundos, como así también, todo puede volver a componerse, como por arte de magia. Eso no deja de ser alentador.
Puede que no tenga razón, pero no es tener la razón lo que busco, hay cosas que escapan a la razón.
El animal que vive dentro de mí es el que habla,
y cuenta qué tan ingenuo es un filosofo
que piensa que la filosofía es cruel y sin sentido.
¿Quien dijo que soy débil?  
¿Quien dijo que soy un poeta que ya no se atreve a escribir poesía, porque ya no puede observar lo que le pasa al mundo?

Para los que me conocen, pronuncio las palabras con demasiada calma, sobre todo mi frase favorita: la nostalgia es indolente. Lo que ellos no saben, es que la frase reclama una cadencia efectiva, con el aliento contenido, hasta que por fin la tonalidad se deshaga como un suspiro en el aire.
Tengo la sensación de estar parado en el borde de un precipicio, a merced de mi buen sentido de la orientación.  
Debe ser mediodía. Intento componer una respuesta acorde con mi sospecha: La vida es una metáfora.
No será esta noche perpetua la última imagen que yo vea.  Y si así fuera, entonces guardaré para mí los más mínimos detalles, aún los menos perceptibles, de la última jornada que vi con mis propios ojos.   
No quiero que se me escape ninguno. A mi vida le sobran escenas como ésa: un día pleno de luces hasta hacerme agotar los recuerdos de otros días.
Los párpados me pesan. Debe ser mediodía. ¿Parecido a que mediodía?
Como verán, he perdido la noción del tiempo, la perspectiva, la certeza de saber que todo cuerpo sensible, ocupa un lugar, un espacio compuesto de alto y bajo, delante y detrás, derecha e izquierda.
Con una especie de alegría demencial, escribo, leo, y me quedo a solas con mis pensamientos.
Las frases en los libros serpentean desde hace tiempo,
se escabullen como adrede entre cortinas de humo.
Esta ceguera que imita la mirada, mendiga los colores almacenados en mi memoria como mi más preciado tesoro.   
A veces me despierto pensando que todo es un sueño. 

miércoles, 25 de abril de 2012



Breve biografía de la noche                                              
Prosa poética


1.
No puedo decir que el infortunio me toma por sorpresa.
La verdad la supe desde que soy niño.
Desde siempre, y aunque siempre pensé que ese día nunca llegaría,
ya está aquí, y apenas si lo puedo ver.
Borroso, insobornable, decidido a robarme los ojos.
Hasta entonces, yo suspiraba por el futuro, radiante y luminoso,
como un feligrés de otro culto, el de vidente.     
Hay que llamar a las cosas por su nombre. Lo primero que me digo es: Borges, tómelo con calma, no olvide que tomarlo con calma,
es lo primero.
No hay nada que hacer.
Usted sabe que la ceguera es una zona muda,
ausente de cualquier conjetura.
Hasta que uno le da un lenguaje, una voz, un color,
no es más que una suposición.
Pero sabido es que amigarme con la penumbra, me llevará un tiempo.
Un tiempo, que a veces, creo no tener. 
A tientas traspaso una falsa puerta en el tiempo, que me lleva de inmediato a otro tiempo.
¿Cómo, y de qué manera me explico que mis ojos se hunden en un hirviente cráter colmado de sombras?
El eco de mi voz se expande por entre los muros de este caserón que se compadece ante mi desgracia.
Este hombre que ahora mira sin ver pasar su propia vida, busca señales más allá del tiempo, presagios de luz, tenues fulgores, destellos de luna sobre mi rostro.
A mi alrededor, las sombras danzan en pleno día.
Mis manos tiemblan, mi voz tiembla también, como si la policromía de las cosas, se fuera diluyendo en mi memoria. 

Me siento en el jardín a desfallecer.

Salvo honrosas excepciones, dejo la biblioteca por el jardín.
Hoy, es una de esas excepciones, porque sé que me estoy quedando ciego.
Mientras tanto, sólo soy un hombre de letras,
confundido en esa clase de desorden que llaman filosofía.

Son las diez de la mañana, de una mañana cálida de verano, y estoy sentado en el jardín, imaginando los destellos del sol.

Estoy en paz conmigo mismo.
Asustado, eso sí, pero en paz.
¿Cómo no estarlo?
Sostengo tembloroso y con esfuerzo, lo que me queda de visión, 
escurridiza, he imprecisa.

martes, 17 de abril de 2012



Arthur Rimbaud

Una temporada en el infierno

Antes, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían. Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. -Y la hallé amarga. -Y la insulté.
Me armé contra la justicia.
Me escapé. ¡Oh bujas, oh miseria, oh odio! ¡A vosotros se confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Contra toda alegría, para estrangularla, di el salto sin ruido del animal feroz.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo. Me sequé al aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota. Habiendo estado hace muy poco a punto de soltar el último ¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del festín antiguo, donde había tal vez de recobrar el apetito.
La caridad es la clave. - ¡Esta inspiración demuestra que soñé!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que me coronó de tan amables adormideras. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales." ¡Ah! Ya aguanté demasiado - Pero, querido Satán, te lo suplico, ¡menos irritación en la pupila! Y mientras llegan las pequeñas cobardías rezagadas, tú que aprecias en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, te arranco unos cuantos asquerosos pliegos de mi cuaderno de condenado.

  

sábado, 7 de abril de 2012



2001, Argentina borderline
 
1.    Lo que queda cuando nada queda es lo que fuimos. Rodando por la autopista de este desconsuelo, de recorrido acaso interminable, no encontré ni rastros de aquella inmensidad que es tu voz.

2.    La ciudad da la impresión de tener ojos amenazantes y una boca enorme y angurrienta. La noche es negra y cerrada. La paciencia se acaba, los ojos huecos deciden saltar al vacío. Las luces de los automóviles serpentean dejando estelas anaranjadas, enérgicamente agresivas.
      Solo puedo ser un argentino, desde el punto de vista de las formas.
      Y hasta de eso ya me estoy hartando.

3.    Me levanto, bostezo, me refriego los ojos, me rasco la cabeza, me visto, me inclino hacía un tiempo que no tengo. Miro las cosas como si fuera la última vez que estarán en el lugar de siempre. En la penumbra de la habitación el silencio se chupa lo invisible, el eco de las palabras que siempre me tendieron una trampa. Afuera, los indigentes claman ante el futuro que les niega una fisonomía. Con tan poco cosa se conforman. No más, que una fisonomía. Los benefactores hacen oídos sordos, aduciendo que los buenos superan esa etapa en sus vidas. Orino en un acto inevitable.
A mi cuerpo, maqueta oxidada, aliento a podrido, poco o nada le importa lo eterno.

4.    Apuesto el último centavo que me queda y por primera vez desconfío de mi buena suerte. En casos excepcionales como éste, pienso en el paraíso que debe estar en alguna parte y de cómo escapar al destino. Reconozco que el dinero no lo es todo en la vida. Desahuciado, espero la señal que me convierta en un ángel o un as en la manga, que no aparece.

5.    Insistamos con ser argentinos. Insistimos, como si no hubiera otra cosa mejor de ser. Insistimos con la mala costumbre de huir, de irnos por las ramas, en vez de poner las cartas sobre la mesa o abjurar ante el botín mal habido. Insistimos vientos sabiendo que, en el mejor de los casos, cosecharemos tempestades, una patria orinada por los perros, un paraíso artificial, el furor de una grandilocuente proclama, un punto lejano donde el ocio le gana la partida a la razón, y el amor certeramente nocivo perturba la respiración.
Insistimos en ser argentinos más allá del deseo, del vértigo que circula en nuestras venas, desvarío que acaricia esta certera agonía, cuando no hay otro lugar mejor donde volver.           

viernes, 6 de abril de 2012



Las Pelotas

Boca de pez

Recién volvés y no me ves,
Mueves tu boca como un pez,
Querés hablarme de verdad
Pero tu alma me miente.

Todos parecen verte mal pero son
Ellos ya verás, te miran te criticaran
Cuando reís con ganas,
Ya lo sabrán, volverán,
Sus ojos abrirán y
Ya lo sabrás, volverás,
Tus ojos abrirás

Secretos te confesarán,
Alimentar la llama.
Entrabas en cualquier lugar
Sin importarte nada,
Ya lo sabrás, volverás,
tus ojos abrirás y ...
Ya lo sabrán, volverán
Sus ojos abrirán.

jueves, 5 de abril de 2012


España: Crónica de una crisis anunciada... 




CHARLES BAUDELAIRE

LAS FLORES DEL MAL

XXIX

UNA CARROÑA


Recuerdas el objeto que vimos, mi alma,
Aquella hermosa mañana de estío tan apacible;
A la vuelta de un sendero, una carroña infame
Sobre un lecho sembrado de guijarros,

Las piernas al aire, como una hembra lúbrica,
Ardiente y exudando los venenos,
Abría de una manera despreocupada y cínica
Su vientre lleno de exhalaciones.

El sol dardeaba sobre aquella podredumbre,
Como si fuera a cocerla a punto,
Y restituir centuplicado a la gran Natura,
Todo cuanto ella había juntado;

Y el cielo contemplaba la osamenta soberbia
Como una flor expandirse.
La pestilencia era tan fuerte, que sobre la hierba
Tú creíste desvanecerte.

Las moscas bordoneaban sobre ese vientre podrido,
Del que salían negros batallones
De larvas, que corrían cual un espeso líquido
A lo largo de aquellos vivientes harapos.

Todo aquello descendía, subía como una marea,
O se volcaba centelleando;
Hubiérase dicho que el cuerpo, inflado por un soplo indefinido,
Vivía multiplicándose.

Y este mundo producía una extraña música,
Como el agua corriente y el viento,
O el grano que un aechador con movimiento rítmico,
Agita y revuelve en su harnero.

Las formas se borraron y no fueron sino un sueño,
Un esbozo lento en concretarse,
Sobre la tela olvidada, y que el artista acaba
Solamente para el recuerdo.

Detrás de las rocas una perra inquieta
Nos vigilaba con mirada airada,
Espiando el momento de recuperar del esqueleto
El trozo que ella había aflojado.

—Y sin embargo, tú serás semejante a esa basura,
A esa horrible infección,
Estrella de mis ojos, sol de mi natura,
¡Tú, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! así estarás, oh reina de las gracias,
Después de los últimos sacramentos,
Cuando vayas, bajo la hierba y las floraciones crasas,
A enmollecerte entre las osamentas.

¡Entonces, ¡oh mi belleza!  Dile a la gusanera
Que te consumirán los besos,
Que yo he conservado la forma y la esencia divina
De mis amores descompuestos!

1844 (?)

Las expertas en Emma Taylor y Lorelai Sharkey ilustran a los espectadores sobre prácticas sexuales para aderezar la rutina.