lunes, 3 de junio de 2013

Novela Soy Calle 1º entrega:

  
Invierno de 1996,  
1

Ahora si que entiendo lo que significa: “Al mal tiempo, buena cara”. No es solo una manera de ver las cosas, sino toda una declaración de principios. El frío me obligó a buscar refugio. En la rotonda me detuve. Dejé la bicicleta apoyada en el cordón de la vereda. Me prendí el saco y una vuelta más alrededor de mi cuello con la bufanda. Me froté las manos. El horizonte se aclaraba y volvía plomiza la ciudad que dejaba atrás. De ahí podía divisar el caserío al que todos llamaban La Colonia. A primera vista, parecía el decorado abandonado de un set de filmación.
Encendí un cigarrillo.    
El viento mecía los árboles a su antojo. Sentí la flojedad recorrer mi cuerpo. Me senté en el banco que estaba bajo el reparo metálico de la parada del colectivo.
Un perro, al que recién vi cuando se quejó, permanecía acurrucado debajo del banco mirándome entumecido.     
—¡Ya me cago de frío! —le dije mientras el humo salía de mi boca entremezclado con las palabras.   
El perro meneó la cola.
—Por lo que veo, no tenés donde volver.
Estiré la mano y le acaricié el lomo.
—Te llevaría conmigo, pero el lugar al que voy es prestado.
Di pitadas cortas.     
El frío envolvió mi cuerpo nuevamente. Me levanté. Tiré la colilla del cigarrillo y la aplasté con el zapato. Me acomodé el bolso en el que llevaba en la espalda, subí a la bicicleta y me puse en marcha nuevamente.

Las casas a medio construir estaban alineadas de forma ilógica. Era evidente que la escasa urbanización fue adaptándose a la irregularidad del terreno. Salvo la calle a la que los vecinos llamaban: “principal” porque atravesaba el caserío de lado a lado, el resto no tenían nombre. Se las identificaban con un número. 

martes, 7 de agosto de 2012


Carlos Oquendo de Amat (Perú, 1905 - España, 1936)

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                                         abra el libro como quien pela una fruta


                               C u a r t o  d e  l o s  e s p e j o s



                              En estamedia noche 
                              con rejas de aire 
                                                      se ajitan las manos
                     Donde estará la puerta?  Dónde estará la puerta?            
                  y siempre nos damos de bruces
                  Con los espejos de la vida
                  Con los espejos de la muerte

                         ETERNA Juventud Vejez ETERNA

                   Ser siempre el mismo espejo que le damos la vuelta
                   se ajitan las manos amarillas 
                                          y se pierden las otras manos
                   y en este todo-nada de espejos
                   ser de MADERA                
                                         y sentir lo negro
                          HACHAZOS DE TIEMPO



                              P o e m a  d e l  m a n i c o m i o 


                    Tuve miedo
                    y me regresé de la locura

                             Tuve miedo de ser
                                                   una rueda
                                                               un color
                                                                          un paso
                                     
                                             PORQUE MIS OJOS ERAN NIÑOS

                                                  Y mi corazón 
                                                    un botón
                                                      más
                                                      de
                                            mi camisa de fuerza

                                 Pero hoy mis ojos visten pantalones largos
                                 veo a la calle que está mendiga de pasos.



                                            

martes, 15 de mayo de 2012


Uno no es lo que es por lo que ha escrito,
sino por lo que ha leído.
 

Jorge Luis Borges

"LA TARTAMUDEZ DE LA POESÍA" 

ALIENADOS 

1. Tengo la sensación de que mi sistema nervioso es defectuoso. Igual al de las plantas carnívoras, constantemente al acecho. en continúa alerta, cual alarma activada de una caja fuerte. la vista siempre en un punto impreciso, mirada de amante devorado por los celos que se olvido de lo caballero que fue para estar ahora planeando crímenes imposibles de consumar; retraído, en un hoyo de estructura vertical, contemplando el horizonte como si fuera un hotel cinco estrellas.         

2. Si la memoria se pudre pensando en la belleza que no florece en tierra rugosa; si cultivas la virtud en el jardín de tu casa y te crecen hormigas; si el pertinaz picaflor se decide por el polen, y no por la flor; si el peritaje filoso de la compasión se da como la mala yerba; si al atravesar el riesgo traspones los umbrales donde el arte de mentir suma su granito de arena; si los vientos que llegan del camino arrastran la sintaxis de un suspiro como vela al viento...
Mejor será que el día pase y deje lugar a otro. Y transcurra el tiempo cuando no ande montado sobre el lomo del hábil cazador y su guadaña. 

3. La vi primero. Antes que mis ojos dijeran nada. Mi voz la desmerece. Sonrío vacilante mientras cae la lluvia sobre mis desesperados gestos, que no pudieron detener su marcha. 

5. Patria desterrada: orino sobre esta tierra mancillada en donde yacen sepultados mis antepasados. Hurgo sobre sobre los campos de batallas, hasta el fondo del abismo sin fondo.             la urgencia que desciende de mi vejiga socava la greda impregnada de heroísmo. Cruje mi garganta cuando enumero las inermes calaveras de los vencedores y vencidos. A mis pies, la patria bendecida se estremece.  

6. Con los despojos de un amor trunco me construí un globo aerostático y me decidí a recorrer el mundo en vez de quedarme sentado sosteniendo mi estirpe antes que se desmorone en los suspiros.             

miércoles, 2 de mayo de 2012


Breve biografía de la noche                                              
Prosa poética 



4.
Leí a Spencer en voz alta, a Wilde, a Milton, a Góngora.
¿Por qué a pesar de estas lecturas la gente sigue siendo la misma?

5.
Hoy por la tarde, eso es lo que me dice la fatiga de mis huesos, volvió Bianco, como un presagio de  un tiempo por venir.     
El joven impertinente me acusa ahora de ser un coleccionista de patrias.
Yo le respondo que ante todo soy un hombre de letras,
un anarquista, no en el sentido estricto de la palabra.
Un libertario si lo prefiere, un amante a las causas perdidas, en último caso.
Él joven impertinente permanece en silencio, considerando, creo yo, la respuestas que le di, como rebuscadas.
Yo le digo que por hoy, la entrevista terminó,
que vuelva otro día, que tal vez tenga respuestas, un poco más convincente.  

6.
Ya estoy ciego, casi por completo. 
Pero aún así, puedo presentir
que el día está nublado y pegajoso.
Puedo olerlo desabrido.
Creo que para describir cualquier otro momento como éste,
necesitaré de recogimiento y concentración mental.
El barullo diurno lo estropea todo.

7.
Es de noche y estoy invitado a cenar a lo de Adolfo.
A Adolfo Bioy Casares lo conocí en 1940, y desde entonces supe, que solo nos iba a separar la muerte.  
Seguramente hablaremos de lo contradictorio que resulta narrar en primera persona.
Con Silvina Ocampo hablaremos de otra cosa, de la que no estoy muy seguro.
Pero también será sobre literatura.

Presiento la noche como un rumor tardío.
Llego a la casa de Adolfo Bioy Casares, como es mi costumbre,
a la hora prevista.
Nueve en punto.
Comemos en silencio, evitando cualquier comentario que nos impida saborear el menú, en el que Silvina se ha esmerado tanto.
En la sobremesa deviene la polémica. 
Adolfo es realista.
Silvina es optimista.
Yo no soy ni lo uno ni lo otro, prefiero la invención, es lo único que echa luz sobre mi futuro, que lo presiento cargado de terminología médica.
Silvina insiste en que las cosas van mejorando.
Yo particularmente pienso que no, que es solo el pasado que se renueva, se maquilla, cambia de identidad, a lo sumo.
No más que eso.
El pasado también se renueva en otros seres, igual monstruosos, dice ella. Yo lo tomo como un reproche, pero esquivo el bulto. No estoy de acuerdo con que las cosas cambian, le digo, con el convencimiento que da el hastío. El paso del tiempo no implica un cambio en sí mismo, agrego, sin poner el acento en ninguna de las palabras.  
Al parecer, ella no está dispuesta a entender razones.
Yo no estoy dispuesto a insistir. 

sábado, 28 de abril de 2012




Breve biografía de la noche                                              
Prosa poética 



3
Ayer vino a verme un joven escéptico que dijo llamarse José Bianco, y yo lo recibí confiado en sus buenas intenciones: “Este país no cambia” dijo, luego de presentarse y preguntarme como estaba. Yo le respondí que bien, que no me podía quejar. Él me contó que muchas cosas estaban cambiando en el mundo entero para mejor, pero que en el país todo seguía igual.
Yo le creí a medias.
Este joven debería saber que yo soy un escéptico, como él.
Y a los escépticos no hay manera de convencerlos, así como así.
A un escéptico se lo puede convencer, sólo si está dispuesto a dejarse convencer.
Eso debería saber el joven Bianco.
Durante horas me estuvo hablando  de su interés por la literatura, por la poesía, y la filosofía.
Me habló casi al oído hasta que yo le aclaré
que me estaba quedando ciego, no sordo.
El joven rió largamente con una risa que estoy lejos
de interpretar como un gesto burlón.

¿Por qué no mejor hablamos de libros?, me sugirió el joven impetuoso. Estoy interesado en la literatura, remarcó, mirándome a los ojos, supongo.
“De los libros que usted desterró para siempre de su obra”.
“Del libro”, aclaré, del libro, que se me adjudica. No insista, no existe, le dije cansado de tener que aclararlo cada vez que me lo preguntan.
El tamaño de mi Esperanza, no existe,
es una invención más que le adjudican a este servidor.  
Usted tiene que saber que yo he tenido tiempo
para arrepentirme en mi vida de cosas
que no debí escribir nunca.
Lo dije con una fuerza mayor a la de la convicción.
Bianco creyó estar ante uno de los hombres
más límpido que había conocido, pero no lo dijo.
Yo lo puedo intuir por el respeto con el que me trata,  
impregnado de una paciencia que jamás he visto
en ningún otro hombre.           
Inesperadamente Bianco terminó reprochando mi actitud frente a la última Dictadura Militar en la Argentina.
Una sonrisa tímida, fue mi primera respuesta.
A Bianco le debe haber parecido una mueca de resignación.
Luego le susurré una explicación poco convincente
que pareció no satisfacerle del todo.
Por qué mejor no continuamos hablando de literatura, le dije,
de cosas importantes.

Aceptó.

Me dio una nómina de autores que reconocía como
“los imprescindibles”. Yo estuve de acuerdo con algunos nombres, con el argumento de que hay libros que tienen la imperfección de ser libros no menos concluyentes que otros; tautológicos, ¿me entiende?
Antes de irse, me dijo: “el alivio que sentiré cuando vuelva a verlo vivito y coleando”.
Le  resultaba extraño que con mi padecimiento
no me hubiera atropellado un automóvil.
Esa conclusión fue la que sacó después de que yo le comentara que era un habitué a las extensas caminatas,
la mayoría de las veces solo.
Antes de que se fuera, lo tomé del brazo:
Diré algo razonable, dije, mis halagos a la dictadura  
fueron un exabrupto, parte del lenguaje descompuesto,
una fracción de segundos en los que me sentí
un usuario más. Algunos parágrafos, de esos que,
por lo general, se devora las palabras.
En el tiempo que me queda, trataré de resarcirme, desdecirme hasta que en cada grieta de esta ciudad sepulte el eco de mi nombre,
hasta que ya nadie me recuerde.
Después de todo, ¿qué me ata a esta ciudad?
me lo e preguntado ciento de veces.
Mi obligación es dar una respuesta en voz alta,
sin ofender a la buena prosa que esta ciudad me ha dado. 
Bianco se fue, lo sé porque pude imaginar cada uno de sus pasos hasta que llegó al umbral de la puerta de calle.
Me quedé pensando si sus conclusiones no eran las de un joven obsesionado con la vejez, y la muerte, antes que yo.


Breve biografía de la noche                                              

Prosa poética 

2
Me levanto y camino con pasos lentos,
con la misma lentitud que me encamino hacia la cerrazón que me envuelve con sus alas de noche.    
Sé que he venido para desaparecer,
ésa es mi única certeza, y tal vez mi única esperanza.
Cuántas cosas están extraviadas en los laberintos del futuro que ahora puedo ver velado. 
No se puede ir al más allá evadiendo esta sanción
que nos prodigaron por nacer.
Mi risa es tímida cuando me adentro en esta pesadilla
de la que no saldré jamás.
En vano busco una puerta por donde salir.
Ante mí, todo puede descomponerse en cuestión de segundos, como así también, todo puede volver a componerse, como por arte de magia. Eso no deja de ser alentador.
Puede que no tenga razón, pero no es tener la razón lo que busco, hay cosas que escapan a la razón.
El animal que vive dentro de mí es el que habla,
y cuenta qué tan ingenuo es un filosofo
que piensa que la filosofía es cruel y sin sentido.
¿Quien dijo que soy débil?  
¿Quien dijo que soy un poeta que ya no se atreve a escribir poesía, porque ya no puede observar lo que le pasa al mundo?

Para los que me conocen, pronuncio las palabras con demasiada calma, sobre todo mi frase favorita: la nostalgia es indolente. Lo que ellos no saben, es que la frase reclama una cadencia efectiva, con el aliento contenido, hasta que por fin la tonalidad se deshaga como un suspiro en el aire.
Tengo la sensación de estar parado en el borde de un precipicio, a merced de mi buen sentido de la orientación.  
Debe ser mediodía. Intento componer una respuesta acorde con mi sospecha: La vida es una metáfora.
No será esta noche perpetua la última imagen que yo vea.  Y si así fuera, entonces guardaré para mí los más mínimos detalles, aún los menos perceptibles, de la última jornada que vi con mis propios ojos.   
No quiero que se me escape ninguno. A mi vida le sobran escenas como ésa: un día pleno de luces hasta hacerme agotar los recuerdos de otros días.
Los párpados me pesan. Debe ser mediodía. ¿Parecido a que mediodía?
Como verán, he perdido la noción del tiempo, la perspectiva, la certeza de saber que todo cuerpo sensible, ocupa un lugar, un espacio compuesto de alto y bajo, delante y detrás, derecha e izquierda.
Con una especie de alegría demencial, escribo, leo, y me quedo a solas con mis pensamientos.
Las frases en los libros serpentean desde hace tiempo,
se escabullen como adrede entre cortinas de humo.
Esta ceguera que imita la mirada, mendiga los colores almacenados en mi memoria como mi más preciado tesoro.   
A veces me despierto pensando que todo es un sueño.