2001, Argentina borderline
1. Lo
que queda cuando nada queda es lo que fuimos. Rodando por la autopista de este desconsuelo,
de recorrido acaso interminable, no encontré ni rastros de aquella inmensidad que
es tu voz.
2. La
ciudad da la impresión de tener ojos amenazantes y una boca enorme y
angurrienta. La noche es negra y cerrada. La paciencia se acaba, los ojos
huecos deciden saltar al vacío. Las luces de los automóviles serpentean dejando
estelas anaranjadas, enérgicamente agresivas.
Solo puedo ser un
argentino, desde el punto de vista de las formas.
Y hasta de eso ya me
estoy hartando.
3. Me
levanto, bostezo, me refriego los ojos, me rasco la cabeza, me visto, me
inclino hacía un tiempo que no tengo. Miro las cosas como si fuera la última
vez que estarán en el lugar de siempre. En la penumbra de la habitación el silencio se chupa lo invisible,
el eco de las palabras que siempre me tendieron una trampa. Afuera, los
indigentes claman ante el futuro que les niega una fisonomía. Con tan poco cosa se conforman. No más, que una fisonomía. Los benefactores hacen oídos sordos, aduciendo
que los buenos superan esa etapa en sus vidas. Orino en un acto inevitable.
A mi cuerpo, maqueta oxidada,
aliento a podrido, poco o nada le importa lo eterno.
4. Apuesto
el último centavo que me queda y por primera vez desconfío de mi buena suerte. En
casos excepcionales como éste, pienso en el paraíso que debe estar en alguna
parte y de cómo escapar al destino. Reconozco que el dinero no lo es todo en la
vida. Desahuciado, espero la señal que me convierta en un ángel o un as en la
manga, que no aparece.
5. Insistamos
con ser argentinos. Insistimos, como si no hubiera otra cosa mejor de ser. Insistimos
con la mala costumbre de huir, de irnos por las ramas, en vez de poner las
cartas sobre la mesa o abjurar ante el botín mal habido. Insistimos vientos
sabiendo que, en el mejor de los casos, cosecharemos tempestades, una patria
orinada por los perros, un paraíso artificial, el furor de una grandilocuente
proclama, un punto lejano donde el ocio le gana la partida a la razón, y el
amor certeramente nocivo perturba la respiración.
Insistimos en ser argentinos más
allá del deseo, del vértigo que circula en nuestras venas, desvarío que
acaricia esta certera agonía, cuando no hay otro lugar mejor donde volver.
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