sábado, 7 de abril de 2012



2001, Argentina borderline
 
1.    Lo que queda cuando nada queda es lo que fuimos. Rodando por la autopista de este desconsuelo, de recorrido acaso interminable, no encontré ni rastros de aquella inmensidad que es tu voz.

2.    La ciudad da la impresión de tener ojos amenazantes y una boca enorme y angurrienta. La noche es negra y cerrada. La paciencia se acaba, los ojos huecos deciden saltar al vacío. Las luces de los automóviles serpentean dejando estelas anaranjadas, enérgicamente agresivas.
      Solo puedo ser un argentino, desde el punto de vista de las formas.
      Y hasta de eso ya me estoy hartando.

3.    Me levanto, bostezo, me refriego los ojos, me rasco la cabeza, me visto, me inclino hacía un tiempo que no tengo. Miro las cosas como si fuera la última vez que estarán en el lugar de siempre. En la penumbra de la habitación el silencio se chupa lo invisible, el eco de las palabras que siempre me tendieron una trampa. Afuera, los indigentes claman ante el futuro que les niega una fisonomía. Con tan poco cosa se conforman. No más, que una fisonomía. Los benefactores hacen oídos sordos, aduciendo que los buenos superan esa etapa en sus vidas. Orino en un acto inevitable.
A mi cuerpo, maqueta oxidada, aliento a podrido, poco o nada le importa lo eterno.

4.    Apuesto el último centavo que me queda y por primera vez desconfío de mi buena suerte. En casos excepcionales como éste, pienso en el paraíso que debe estar en alguna parte y de cómo escapar al destino. Reconozco que el dinero no lo es todo en la vida. Desahuciado, espero la señal que me convierta en un ángel o un as en la manga, que no aparece.

5.    Insistamos con ser argentinos. Insistimos, como si no hubiera otra cosa mejor de ser. Insistimos con la mala costumbre de huir, de irnos por las ramas, en vez de poner las cartas sobre la mesa o abjurar ante el botín mal habido. Insistimos vientos sabiendo que, en el mejor de los casos, cosecharemos tempestades, una patria orinada por los perros, un paraíso artificial, el furor de una grandilocuente proclama, un punto lejano donde el ocio le gana la partida a la razón, y el amor certeramente nocivo perturba la respiración.
Insistimos en ser argentinos más allá del deseo, del vértigo que circula en nuestras venas, desvarío que acaricia esta certera agonía, cuando no hay otro lugar mejor donde volver.           

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